domingo, noviembre 15, 2009

Soy un número... y usted también

Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com

DALLAS, Texas -- Hola, Buenos días. ¿Cómo está? Me quisiera presentar como Fernando Zapata, pero tendrá que disculparme por esta vez, porque no lo soy.

Bueno, al menos oficialmente sí soy yo (y usted es usted, claro). Eso dicen nuestras actas de nacimiento, y todas nuestras identificaciones: Nuestros nombres completos.

El problema es que en la práctica, nuestros nombres salen sobrando.

Yo soy un número. Y usted también. O muchos.

Ante el gobierno, las oficinas locales, y hast a las empresas privadas, todos somos números. Para cuestiones de “control”, nuestros nombres no bastan, nos dicen. Y por lo tanto, "necesitamos" tener un número.

Y desde pequeños, nos otorgan tales números, y nos obligan a aprenderlos de memoria.

Hasta los niños de preescolar deben aprenderse sus "números" a la hora de comer en la cafetería de la escuela.

Si usted se rebela a este requisito, tendrá que sufrir no estar “dentro del sistema”. Y ya verá cómo las pasa duras tratando de comprar, vender o siquiera acceder a los servicios más básicos y sencillos de la sociedad.

Yo siempre he sido malísimo para recordar cifras. De hecho, creo que fue ésta una de las razones principales por las que no estudié una carrera de ciencias exactas: Odiaba las matemáticas y todo lo que implicara trabajar con números.

Pero la costumbre (o la obligación), me ha hecho memorizar montones de cifras y números, no por gusto, sino para sobrevivir en este mundo “moderno”.

Así, pues, he tenido que aprenderme de memoria por ejemplo, mi número de Seguro Social de Estados Unidos. Sin esta “llave mágica”, olvídelo, usted no existe.

Tanta es la importancia del “Social Security Number”, que los inmigrantes indocumentados son la prueba viviente y desgarradora de cómo se echa de menos su falta. Ese simple numerito de 9 cifras es la diferencia entre vivir tranquilo, o sentirse perseguido. Entre lograr un empleo decente, o a veces vivir al día. Entre la libertad o la deportación.

Pero esto no es exclusivo de Estados Unidos. En México, donde nací, al gobierno le encantan los números. Así nos obligaba a tener a todos los ciudadanos un Registro Federal de Causantes (algo así como el Seguro Social de Estados Unidos). Luego, se les ocurrió que no, que se iba a cambiar por un número distinto, el CURP (Código del Registro de Población, o algo así). Más tarde, salieron con que siempre no, que ahora necesitábamos OTRO número… Y así se han ido.

Además, los nuevos sistemas de computadoras nos han impuesto más números que debemos aprendernos para gozar de las bondades de la vida “moderna”. Entre ellos, “números de usuarios”, “números de tarjetas”, números de “cuentahabientes”, “números de membresía”, y cuántos no.

Mención aparte merecen las ultrafamosas y ultranecesarias “passwords” y los “PINS”. Estas son las “llaves mágicas” para hacer cualquier cosa que tenga que ver con computadoras, desde tener correo electrónico hasta jugar o checar nuestras cuentas. Sin ellas, no somos nada.

Lo bueno es que parece que tras tanto sufrir, los ingenieros ya nos hicieron caso, y las “passwords” y los “PINS” los podemos elegir nosotros. Hasta nos la ponen fácil, diciéndonos que escojamos números que tengan cierto significado para nosotros, para poder recordarlos mejor.

“Así qué fácil”, pensé sonriendo al comenzar a elegir mi primer “password”. Pero eso fue antes de leer la “letra pequeña”:

-No puede ser un número conocido, como su fecha de nacimiento, el cumpleaños de su perro ni la fecha de independencia. Claro, por su propia “seguridad” contra los “hackers”.

-No puede ser su número de seguro social, RFC, CURP, ni ningún número que remotamente tenga alguna relación con usted ni con parientes y amigos, hasta siete generaciones atrás. Igual, aguas con los “hackers”.

-No deben ser una serie de letras o números seguidos, en orden o al revés.

-De preferencia deben ser mezclas de números, de letras, carácteres especiales (%#$@) de 10 a 12 dígitos y si se puede, en sánscrito o en idioma klingon (pero en orden invertido para leerse con un espejo cóncavo).

-Ah, y se debe cambiar totalmente, cada 30 días.

Pero fuera de eso, no hay problema: usted puede usted elegir una clave "fácil" de recordar.

(Ja, ha... ¿Qué esperaba usted? ¿Que los ingenieros nos iban a dejar hacer lo que quisiéramos? )

Nuestros padres y abuelos nunca tuvieron que aprenderse tanto número. De hecho, en aquellos años, el único número que la gente se aprendía, era uno: el de su teléfono. Y eso sólo quienes tenían teléfono, que eran una minoría.

Vaya, habían domicilios y calles que ni siquiera tenían números.

Lo irónico es que hoy en día, en pleno siglo XXI con tanta tecnología desarrolada, con teléfonos que caben en la palma de la mano, se llevan a donde quiera, y que se activan hasta con la voz, existen un tipo de números que ya nadie se sabe ni se molesta en aprenderse:

"¿Mi número de teléfono? Ay qué pena, pero no me lo sé... Pero está en la memoria del teléfono".

Y ahí se quedará... (www.cesarfernando.com)

domingo, octubre 04, 2009

Lo que me gusta (y lo que odio) de vivir en Estados Unidos

Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com

DALLAS, Texas -- Como todo país, Estados Unidos tiene pros y contras. Como dice el dicho, cada quien cuenta como le fue en la feria.

Por ello, he compilado una lista de lo que me gusta (y lo que no) de la vida en Estados Unidos, después de todo el tiempo que llevo en este país, usando el sistema de “Pros” y “Contras”, que tanto gusta a los norteamericanos.

ME GUSTA: Lo bien diseñadas que están las calles y las ciudades en general. Por ello, la gente puede usar el auto para todo, hasta para comprar comida y hacer trámites en el banco, sin bajarse.

PERO ODIO: Precisamente, debido al diseño urbano, las enormes distancias obligan a la gente a tener que usar el auto para todo, hasta para ir a la tiendita de la esquina. Lo que causa un país de gordos (y un aumento de las enfermedades cardiacas y muertes por infartos).

ME GUSTA: Poder enviar todos mis pagos y cheques por correo y que lleguen sanos y salvos a su destino (y que además la empresa acreedora adjudique los pagos y no me salga con que "pues fíjese qué pena, pero su pago nunca nos llegó").

PERO ODIO: El que los cobradores y las agencias de publicidad usen ese mismo correo para retacarme el buzón de basura... y cobros.

ME GUSTA: El poder rellenar el refresco en restaurantes cuantas veces me venga en gana, sin que me cobren por ello.

PERO ODIO: Precisamente, caer en la tentación de atascarme de refresco sin que nadie me ponga límite. Y encima, que los vasos de los restaurantes sean tamaños "Grande", "Gigante" y "Megalosaurio".

ME GUSTAN: Los ENORMES platos de comida y desayunos que sirven en los restaurantes. Por 6 ó 7 dólares, uno puede retacarse de huevos revueltos, "pancakes", tocino, salchichas, pan tostado, y un café.

PERO ODIO: Que esos ENORMES platos de comida terminan en mi estómago, que acaba siendo ENORME por eso.

ME GUSTA: Los diseños de las casas, totalmente abiertas al exterior, sin vallas, sin cercas, y con las ventanas transparentes sin cortinas, para que entre la luz y se vea todo el paisaje de la calle desde dentro. Muy distinto a México y América Latina, donde las casas parecen fuertes resguardados.

PERO ODIO: Debido a lo anterior, la posibilidad de que todo mundo pueda espiarme cuando estoy dentro de mi casa, cuando como, veo la tele, o cuando ando en paños menores. Todos pueden ver a todos, inclyendo los vecinos o "voyeurs", que pudieran ser asesinos en potencia.

ME GUSTA: Que existan leyes para todo y para todos. Por esto, uno puede quejarse, protestar y hacer escándalo, o incluso demandar a funcionarios y políticos poderosos si sienten que abusaron de uno. Y que además existan los mecanismos legales y organizaciones encantadas de ayudarlo a uno en caso de necesitarlo, por lo menos para pararse en la calle y salir en la tele con una pancarta.

PERO ODIO: Precisamente el montón de leyes, regulaciones, y restricciones que existen para todo. Y ay, pobre de aquél que se atreva a no seguirlas, porque le caen encima desde inspectores municipales, hasta las policías locales, del condado, estatales y federales, con sus jueces y todo el peso de los librotes de la ley (literalmente).

ME GUSTA: Lo unidos que están los vecinos de las comunidades, quienes participa en actividades para embellecer sus vecindarios, como limpiar, quitar basura de la calle, borrar graffitti, sin que nadie los esté obligando ni dependiendo de las autoridades.

PERO ODIO: El que lo vean feo a uno porque no participa ni se entrega en “cuerpo y alma” a la comunidad. O que existan vecinos extremistas que usen esta posibilidad para promover sus agendas políticas personales.

ME GUSTA: La increíble apertura y total falta de arrogancia del norteamericano promedio, a quien le importa un pepino tu árbol genealógico o genético, y te dé la oportunidad de probarte a ti mismo como persona y profesional, así seas blanco, negro, morado o de cualquiera de los espectros intermedios.

PERO ODIO: La enorme competencia resultante entre todos los habitantes de este país por lograr “el éxito” en el “Sueño Americano” a cualquier costo, aún pasando por encima de los demás. Y que el que no siga estos preceptos sea tachado de "flojo" y "perdedor", olvidándose de otros valores, como la familia y tener tiempo para disfrutarlo.

ME GUSTA: La enorme comodidad que significa tener cerca tiendas donde encuentra uno de todo, desde electrónicos hasta ropa. Camisetas impecables (a veces usadas) en 2 dólares, y pantalones en 4 dólares. Y si no te gusta una tienda, siempre hay otra compitiendo a la vuelta, con mejores precios o existencias. (Sobre todo libros, y discos que no encuentras en ninguna otra parte.)

PERO ODIO: Esa enorme cantidad de oferta, que me tienta a gastar de más, y acabo comprando por comprar. Las más de las veces sin necesitarlo. (Y por consiguiente, tengo en mi cochera cerros de libros que nunca encuentro tiempo para leer, y discos que quizá nunca podré escuchar.)

ME ENCANTA: Ganar en dólares.

PERO ODIO: Gastar en dólares.

ME GUSTA: La increíble amabilidad y accesibilidad del norteamericano promedio, que tienen nula arrogancia y pueden entablar diálogos amigables con un perfecto desconocido y hacerlo sentir bienvenido.

PERO ODIO: Que esa amabilidad sea superficial, y a veces no se llegue a concretar en amistades verdaderas, aún después de años de conocer a alguien.

ME GUSTA: La rica e increíble historia de Estados Unidos, con sus éxitos y grandeza que han traído enorme y envidiable bienestar para la mayoría de sus habitantes.

PERO ODIO: Que ese bienestar se haya logrado en parte abusando de otros más débiles. Y que los actuales habitantes de Estados Unidos se encierren en una cómoda burbuja, alabando las glorias de sus antepasados como si ellos hubieran participado en sus conquistas... pero sin el ánimo ni el empuje de continuar con la tradición que hizo de este país lo que es hoy, para mejorarlo en el futuro. (www.cesarfernando.com)

miércoles, septiembre 23, 2009

Inmigrantes en Estados Unidos: ¿Los "cajeros automáticos" familiares?

DESDE LAS ENTRAÑAS DEL MONSTRUO

Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com

DALLAS, Texas -- "Necesito dinero"... "Necesito más dinero"... "¿Te acuerdas del dinero que te pedí? Ya se me acabó. Envíame más..."

Estas frases, suenen como suenen, no las he dicho yo. Solamente las estoy repitiendo de lo que me han contado.

Son frases que escuchan muy frecuentemente los inmigrantes latinoamericanos que viven en Estados Unidos. Y se las dicen sus parientes que se quedaron en sus países de origen.

"Yo no tengo ningún problema en enviar dinero a la familia, para eso vinimos a este país", me contaba el otro día un inmigrante mexicano que vive en Texas desde hace más de veinte años. "El problema es que ahora yo tampoco tengo mucho dinero, se paró la chamba".

El hombre, quien trabaja de albañil, carpintero y en lo que salga (cuando sale), tiene a toda su familia inmediata en Texas. Su esposa y sus hijos, todos viven con él. Y a todos mantiene.

Pero además de ello, recibe seguido solicitudes de dinero de parientes extras: hermanos, primos, sobrinos y demás. Hasta amigos y compadres.

"El otro día me llamaron porque necesitaban pagar un lote de un cementerio... que cuesta 75 mil pesos (algo así como 7 mil dólares). ¿De dónde voy a sacar 7 mil dólares, si ahorita ni estoy trabajando?", se lamentaba el hombre.

(¿Un lote de un cementerio mexicano que vale 7 mil dólares? Bueno....)

Y así por el estilo, no es raro encontrar muchas historias similares de inmigrantes en Estados Unidos que se han convertido no sólo en una tabla de salvación para sus parientes en México y América Latina para pagar lo más urgente, sino en sus bancos, cajeros automáticos y casi hasta sus padres que les envían sus "mesadas" o "domingos" con las excusas más extrañas.

Pero no sólo familia cercana les llama. De pronto salen algunas sorpresitas.

"A mí me llamó un primo lejano, que hace mucho tiempo que no veía", me platicaba otra inmigrante mexicana, viuda con hijos. "Me dijo: 'Bueno, como la cosa aca en México está muy difícil, le estoy llamando para que me 'preste' dinero para irme a Estados Unidos a trabajar'", contó sorprendida.

No era ni pariente cercano, agregó. Quería que le enviara como 2 mil dólares para "pagar al 'coyote'. Yo no tengo ese dinero", dijo la mujer.

Al final, al ver que no iba a lograr su "préstamo", el pariente volvió a llamar días después. Le dijo abiertamente: "Bueno, si usted no puede enviarme los 2 mil dólares, entonces envíeme de perdido para arreglar el techo de mi casa, que son como 300 dólares".

Obviamente, la mujer le envió el dinero. "¿Qué iba a hacer con él aquí, si venía? Ni siquiera yo puedo hallar trabajo", comentaba la inmigrante.

Otro inmigrante mexicano contaba sorprendido cómo sus parientes lejanos les habían estado solicitando "préstamos" para comprarle dientes postizos a su abuela. "Mil quinientos dólares por unos dientes postizos se me hizo muy caro", recordaba el hombre. "Pero bueno, uno trata de ayudar".

A duras penas su esposa logró juntar el dinero y lo envió.

Meses después, la abuela llamó preguntando cuándo le iban a enviar más dinero, "porque faltaba completar".

Una joven inmigrante cubana de Florida "se mata trabajando" como dependiente en una estación de gasolina. "Mi turno es horrible, entro a las 4 de la madrugada", se lamenta, con visibles ojeras. "No gano mucho, pero hay que mandar a la familia en Cuba".

"Allá no saben si tuviste qué comer hoy, tú siempre debes enviar algo", recuerda. "Si tú estás mal, allá están peor".

Por supuesto, cuando uno emigra sabe que entre sus obligaciones morales está ayudar a la familia que se quedó en su país de origen. Todos lo hemos hecho alguna vez en mayor o menor medida, dependiendo de la capacidad de cada quién.

El problema es cuando salen parientes lejanos, amigos y hasta desconocidos que se montan en el burro, porque "al fin que ellos ganan en dólares".

"Uno no repela, la verdad", contaba otro inmigrante, don Roberto, al recordar las llamadas "urgentes" (para pedir dinero a cada rato). "Sabemos que la cosa en México está dura, y de verdad mucha gente necesita el dinero. El problema es que a veces uno tampoco anda sobrado".

"En este país ganamos en dólares, sí... pero igual gastamos en dólares", comentó amargamente.

Ahora, con la recesión y la crisis, los primeros empleos en esfumarse fueron los de la construcción y otros oficios. Casualmente los que ocupan inmigrantes en su mayoría.

No por nada los envíos a México, por ejemplo, se han desplomado 16 por ciento en 2009, según el Banco de México, citado por la agencia Reuters.

"Cuando nosotros nos quedamos sin un cinco, ¿a quién le llamamos para pedirle?", preguntaba don Roberto. (www.cesarfernando.com)

lunes, septiembre 14, 2009

Florida: ¿El sueño se acabó?

Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com

"Todo mundo quiere mudarse a Florida".

Esa fue una de las frases que me repetían cuando dejé Texas, en 2006, buscando el "Sueño Floridiano".

Las estadísticas reforzaban esa tendencia: En aquél entonces, aproximadamente 300 personas se mudaban a Florida. Diariamente.

Eran los tiempos del "boom" inmobiliario. Las constructoras no se daban a basto para levantar casas nuevas, porque casi se las arrebataban los compradores. A su vez, las hipotecarias prácticamente estaban lanzando préstamos a sus clientes como si fueran confeti.

Hubo mucho dinero. Y eso, claro, causó avaricia. No sólo de los especuladores, sino de los gobiernos locales y estatales. Todo mundo quería una rebanada más grande de un pastel que parecía inflarse sin fin.

Hasta que el pastel explotó.

Cuando recién me mudé a Florida, quise registrar mi auto texano. Pero me encontré que mi seguro no era aceptado en Florida. Cuando coticé cobertura contra accidentes, el costo subió estratosféricamente: De 70 dólares al mes por cobertura de dos autos, tuve que pagar 220 dólares.

Welcome to Florida!

Para los seguros de casas los precios eran un escándalo. Casi superaban al costo de la misma hipoteca.

Un floridiano residente de muchas décadas se quejó conmigo una vez: "Hemos estado pagando seguros desde siempre, pero después que pegó el huracán del 2004, las aseguradoras nos subieron los cobros más del doble. Dicen que 'somos una zona de alto riesgo'".

Sonrió irónico: "¿Hasta ahora se dan cuenta que en Florida pegan huracanes? ¿Qué pasó con todos esos años que pagamos seguro, a dónde se fue ese dinero ahora que lo necesitamos?"

No sólo los seguros subieron. Los impuestos locales también. Al fin que había dinero. El problema es que eso ya se acabó, pero los impuestos siguen.

La revista Time sacó un artículo el mes pasado: "El Éxodo de Florida". Lo tituló en internet como: "Florida: ¿El Paraíso Perdido?"
El artículo relataba cómo los excesivos cobros estaban ahuyentando a los residentes del "Estado del Sol". Ahora, por vez primera en su historia, son más las personas que se mudan de Florida que las que llegan, según la revista.

El artículo curiosamente coincidió con mi salida de Florida. Pero mi mudanza tuvo otros motivos, personales. Yo no tenía la mayoría de los problemas que afectan a los residentes de Florida, porque no tenía casa.

Al contrario, Florida me encanta. Es un lugar muy hermoso para vivir, sobre todo con familia. Su gente es excelente.

Pero eso no evita que haya notado un enorme cambio al mudarme a Texas. Sobre todo en mi bolsillo.

El otro día llegué a la oficina de registro de autos del Condado de Dallas, para dar de alta mi carro comprado en Florida, y cambiarle las placas.

Al ver mi seguro de auto, la empleada tachó la hoja: "Los seguros de Florida no valen en Texas", me explicó. "No tienen la suficiente cobertura requerida".

Y me escribió con su puño y letra la cobertura que necesitaba: "En vez de $20,000 dólares por lesiones a una persona, Texas exige $25,000; en vez de $20,000 por lesiones a dos o más personas, Texas exige $50,000; en vez de $10,000 por daños a propiedad, Texas exige $20,000".

Hasta que tenga esa cobertura podrá usted registrar su auto en Texas, me aclaró la empleada.

Qué horror, pensé. ¿Cuánto me va a costar el chistecito?

Pues fui a buscar un seguro de auto en Texas, con cobertura mayor a la de Florida.

Cuando me dieron el presupuesto final, casi me voy de espaldas. Costo total, por cobertura aprobada por Texas, mayor a la cobertura en Florida, de dos automóviles: $64 dólares. Al mes. Por los dos vehículos. Con mayor cobertura.

Comparado con los más de 220 dólares de mi cobertura menor en Florida, era más que una ganga. De inmediato firme con la agencia de Texas, y llamé a la aseguradora floridiana para cancelar mi póliza anterior.

Esto es sólo un ejemplo particular, muy propio. Un botón. Pero multiplique esto por miles, y verá porqué la gente sale huyendo de Florida.

¿Quizá ahora la frase "Todo mundo quiere mudarse a Florida" deba ser actualizada a "Todo mundo quiere mudarse de Florida"? Suena cruel, e injusto, para un estado tan hermoso como la península.

De verdad, si no fuera por sus excesivos cobros, su altísimo costo de vida, y sus perversos impuestos, Florida sería el estado ideal nuevamente.

Por fin, con mis placas texanas nuevas en la mano, salí de la oficina de registro. Junto a mí salía una familia de origen asiático, con sus flamantes placas texanas. Iban sonriendo, satisfechos de comenzar su nueva vida texana.

Las placas viejas de su auto decían: "Florida: El Estado del Sol". (www.cesarfernando.com)

lunes, septiembre 07, 2009

El Estados Unidos "profundo y exótico"

Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com

DALLAS, Texas.- Luego de tres años, volví a hacer mi “road trip” o viaje por carretera por el Estados Unidos “profundo”: Me mudé desde Florida hasta Texas, lo que implicó conducir por Alabama, Mississippi y Louisiana.

Mi carrito de cuatro puertas y cuatro cilindros iba al tope, con mil y un cachivaches, después de haber regalado y tirado otros mil y un triques.

Pero a pesar del tonelaje que tuve que maniobrar, lo más interesante del viajecito fue la experiencia de surcar por las entrañas más curiosas de este país.

A los norteamericanos les encanta resaltar las virtudes exóticas del extranjero. Cuando un héroe de una película hollywoodense debe viajar, siempre lo ve con la óptica del “civilizado occidental”. No importa a dónde vaya: a Sudamérica, África, Europa o Asia, el “héroe” siempre se topará a su llegada con algún festival exótico, algún carnaval en la calle, donde alegres “nativos” bailarán estorbándole la huída al personaje principal (si se puede, disfrazados de la manera más estrafalaria posible, mejor).

El mensaje es claro: estas exoticidades no pasan en Estados Unidos. En Estados Unidos “somos normalitos”. Somos “civilizados”. Esas costumbres autóctonas sólo se dan “afuera”, allá en el territorio de la National Geographic, piensan los norteamericanos. Por lo menos, los norteamericanos que filman esas películas.

Pero, oh, ironía. Esos mismos norteamericanos no se dan cuenta que en su propio país encuentran no una, sino montones de exoticidades, como para llenar fascículos completos de National Geographic.

Uno no tiene más que voltear a ver a la carretera.

Apenas había yo conducido unas cuantas horas por Florida, cuando me encontré en plena autopista 75, a las afueras de Tampa, una banderota ondeando. Gigantesca.

Lo curioso es que no era una bandera de Estados Unidos, sino... ¡confederada!

Sí, esa bandera roja, cruzada con estrellas, que simboliza la secesión de los estados esclavistas del sur, que detonó la Guerra Civil en el siglo XIX.

La bandera confederada es extremadamente controvertida en Estados Unidos. En muchos estados, aún es considerada como una vergüenza, o incluso como un insulto.

Pero en Florida (que fue uno de los estados sureños) es un símbolo de orgullo para algunos grupos.

Y al instalar una bandera confederada gigante, allí en una de las autopistas más transitadas, se convierte en una declaración política abierta y desafiante.

Pero eso no fue todo, sino apenas el principio. A lo largo de la autopista me topé con otras curiosidades.

Por ejemplo, cerca de Tallahassee, la capital de Florida, noté varios letreros con el mismo estilo: Blancos, con una bandera dibujada (esta sí, la "Old Glory" norteamericana), y una frase "patriótica", por ejemplo: “America: Love it, or Leave it” ("América: Ámala o Déjala").

Léase: "Si no te gusta mi país, regrésate por donde viniste".

Luego, seguía otro letrero con el mismo estilo: "Guns, God and Guts Made America Great" ("Armas, Dios y Agallas Hicieron Grande a América"). Y así...

Claro, los letreros y sus mensajes políticos están protegidos por la garantía constitucional de libertad de expresión. Pero la orientación política de estos letreros dice mucho de las zonas donde están instalados.

Otro detalle que noté --y que quizá se me había pasado en el primer viaje-- fue la enorme cantidad de policías que patrullaban las carreteras. Los famsoos "troopers" están en todos los estados, y no pierden tiempo en detener a quien consideren que viola las leyes de tráfico.

Yo nunca he sido muy afecto a pisar el acelerador, y pienso que si una infracción ayuda a evitar un accidente fatal, bienvenido. Pero al ver tantas patrullas blancas y negras, amenazantes y serias, con oficiales de anteojos oscuros, armados y con sombreros vaqueros, me hizo entender los temores que muchos norteamericanos tienen de vivir en un estado policiaco.

Por lo menos, vi 20 patrullas en el trayecto de casi 1,300 millas.

Curiosamente la cantidad de oficiales disminuyó casi a cero al entrar a Texas. Irónico, considerando la famita de intolerantes y retrógrados que tienen los "Texas Troopers".

Mucha gente me pregunta cómo puedo vivir en una ciudad tan conservadora y religiosa como Dallas. Piensan que en Dallas hay un cowboy pistolero en cada esquina. O si no, un predicador extremista.

Pero no hay tal. Dallas, como cualquier otra ciudad grande, tiene de todo: Fanáticos religiosos conviven (muy a su pesar) con travestis gays ateos; antiinmigrantes de ultraderecha hacen protestas y manifestaciones frente a protestas y manifestaciones de organizaciones inmigrantes mexicanas; los republicanos tienen mucho peso, pero también los demócratas. Y así.

No, para sentir el Estados Unidos "profundo" uno no tiene más que subirse a su auto y conducir por algunas cuantas millas por cualquier autopista.

Y simplemente abrir bien los ojos. Eso basta y sobra para entrar a un país totalmente diferente y extranjero. Estereotipado y exótico.

Como les gusta a los cineastas de Hollywood. (www.cesarfernando.com)

domingo, agosto 23, 2009

Maldición gitana...

Si hay algo que odio más que mudarme a otra ciudad es... tener que mudarme de vuelta a la ciudad original.

Y eso es precisamente lo que he tenido que hacer estos últimos días: Tirar la mitad de mis porquerías, y empacar la otra mitad para el viajecito.

Hace poco comentaba con unos amigos (en una de las montones de "despedidas" de las que inmerecidamente he sido objeto en Florida por mi próxima partida a Texas) que si hay algo que yo siempre he tenido como objetivo en mi vida, es vivir una existencia aburrida y monótona.

Mis amigos no lo podían creer.

En serio: Para mí no hay mejor manera que pasar los días, los meses y los años sabiendo que mi rutina no va a cambiar.

Por supuesto, me encanta salir, me encanta ir de vago por la calle, y bobear en tiendas o librerías. Pero sólo bajo mis condiciones, no porque mi trabajo dependa de ello.

Desafortunadamente, y como maldición gitana, siempre me ha tocado lo contrario. Me he mudado más veces de las que me hubiera gustado. No nada más de domicilio, sino de ciudad, de estado y hasta de país.

Y para acabarla, se me ocurrió elegir una carrera que de rutinaria no tiene nada, la de periodismo. No hay día en el que no salga algo nuevo, no conozca una persona nueva, no tenga que salir a partirme el brazo por conseguir una información, una entrevista o un dato.

No me quejo. Ha sido una carrera muy interesante y enriquecedora. Pero me hubiera gustado que fuera menos "activa".

En fin, ahora vuelvo a las arduas labores de empacado y tirado. Me espera un laaaargo camino por recorrer.

Como decimos en el argot, los mantendré informados...

jueves, agosto 20, 2009

Los modernos juglares de la publicidad

Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com

FORT MYERS, Florida -- Primero comenzaron los preparadores de impuestos

Contrataron a jovencitas estudiantes o recién graduadas, y las vistieron de manera graciosa. Les dieron un cartel con el nombre de sus oficinas, y las dejaron frente a la calle, bailando y moviendo el cartel, bajo el sol floridiano.

“Nos trae muchos clientes,” dijo una de las gerentes.

Claro, era temporada de impuestos.

Luego, llegaron las pizzerías. Papa Jonh’s y Caesar’s Pizzas tienen sendos “anunciantes”, promocionando pizzas a 5 dólares en cada acera. Uno de ellos hasta va disfrazado de rebanada de pizza.

Y así continuaron: Los lavaderos de autos, las tiendas de ropa, los bancos...

“Para mí, esto es más efectivo que comprar un comercial,” me comentaba un gerente de un restaurancito. “Y más barato”.

El salario es mínimo, por 4 horas rotativas. El calor, insoportable. La paciencia debe ser de monje, para aguantar las rechiflas e insultos de uno que otro “idiota”, como me platicó una jovencita de 20 años, disfrazada de Estatua de la Libertad en marzo.

Pese a todos los avances de la tecnología, de la publicidad, y de las opciones que existen en medios (prensa, radio, televisión, cine, revistas, internet, twitters y sabe más qué), parece que la tendencia de los negocios locales es más tradicionalista. Promoción personalizada.

Están volviendo a los tradicionales juglares medievales, pues.

El último miembro del club es un restaurante mexicano que se acaba de abrir por mi barrio.
Languideciendo ante la recesión, el dueño mandó a imprimir un cartel, y le pagó a un muchacho para que se parara en la esquina, promocionando el negocio.

¿El truco? El muchachito es gringo: rubio de ojos azules. Y además del cartel con el nombre del restaurante, lleva puesto un enorme sombrero mexicano tricolor, a la Speedy González.

Y ahí está el chico: Alegre de tener empleo y de promocionar con saludos y brincos a su patrón.

El muchachito tiene una enorme ventaja por sobre sus competidores: el sombrerote lo protege del tirano sol tropical. Quizá por eso sonríe más... (www.cesarfernando.com)

miércoles, agosto 19, 2009

On the road again...

Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com

FORT MYERS, Florida -- Bueno, pues la historia se repite. Como hace tres años, hago mis maletas y de nuevo me lanzo a la aventura de la carretera.

Esta semana es mi última en Florida. Renuncié a mi puesto en el News-Press, el diario de Fort Myers, y regreso a Texas, donde viví 10 años, y de donde salí en 2006.

Y como hace 3 años, no sé lo que el destino me depara.

Mi decisión es puramente personal. Mi familia vive en Texas, y tras un año de separación, decidí que ya estaba bien ser "soltero, sin compromisos y con carro en Florida". (Más bien mi esposa me lo recordó.)

Me encanta Florida. Me encantó su gente, mi trabajo, las experiencias vividas. En el News-Press me trataron muy bien, aprendí mucho, me fascinó y logré hacer cosas. Espero que mis jefes también estuvieran conformes con mi labor.

Pero el ciclo concluyó. Y aunque sé que renunciar a un trabajo que me encanta, en un lugar que me fascina, durante la peor de las recesiones económicas es una decisión ilógica y arriesgada, también sé que ningún empleo justifica estar lejos de aquellos quienes más me importan.

No dejo nada aquí, me lo llevo todo. No dejo ni siquiera amigos, porque a ellos son los primeros que me llevo conmigo, esté donde esté siempre. Si no en cuerpo, sí en alma. Ellos lo saben.

Y al mismo tiempo, mis amigos floridianos saben que allá en Texas tendrán siempre un pedacito de Florida, y las puertas abiertas de la casa de un "mexicano-tamaulipeco-tampiqueño-texano-floridiano".

No, no tengo trabajo. Iré como todos, a tocar puertas. Es una sensación extraña: emocionante y pavorosa a la vez.

A fin de cuentas, este país se construyó y se hizo fuerte a base de pioneros. Me gusta pensar que sigo de alguna manera la tradición.

Los mantendré informados.

"On the road again..."

viernes, agosto 14, 2009

Qué vergüenza de triunfo...

Confieso que no soy muy seguidor de deportes, ni muy conocedor.

¿Creo que el futbol se juega con un balón? Redondo, parece...

A veces, si estoy con familia o amigos, la tele está encendida (y no tengo nada mejor qué hacer), me siento a ver algún partido mundialista.

Por supuesto, siempre me alegro de los triunfos de los deportistas mexicanos.

Pero esta vez no me alegré del triunfo de la selección mexicana frente a Estados Unidos. (Por cierto, por un raquítico 2-1, que debió haber sido 10-0, si tomamos en cuenta que jugaron de locales).

No me avergonzó el juego o el resultado en sí, sino las celebraciones.

¿Qué, no podemos celebrar un poco más civilizadamente? ¿Tenemos que estar borrachos?

¿Abuchear himnos extranjeros, y apedrear hoteles sirve de algo? (Fuera de darles la razón a los que insisten en que en México la gente aún hace sacrificios humanos y comen niños.)

Qué vergüenza.

Sí, ya sé, ya sé: "Pobrecito pueblo, tú no entiendes a 'nuestra gente', tanto que han sufrido desde hace siglos, necesitan una distracción, es una pequeña venganza ante tanto abuso imperialista..." Y etcétera, etcétera, etcétera.

Aunque por un lado sí me alegro de que el festejo haya sido por un triunfo.

Porque no me quiero imaginar qué hubiera pasado si Estados Unidos hubiera ganado.

Seguro esos "mexicanos puros" hubieran incendiado el estadio y sacrificado a los jugadores (de ambos bandos), para demostrar al mundo su "patriotismo".

miércoles, julio 29, 2009

"He buscado y he buscado trabajo, y no hay"

Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com

FORT MYERS, Florida -- El hombre me andaba rondando desde hacía rato.

Era bajito y delgado. Llevaba una camiseta bastante usada, con unos jeans peores, y tenis. No le podía ver bien el rostro porque una gorra de pintor le tapaba media cara.

Desde que entré a aquella tienda en Florida lo sentí que me estaba "echando el ojo". Ví de reojo que me seguía por entre los pasillos y anaqueles.

Pero no piense mal. El pobre hombre por fin agarró valor después de andar dando vueltas, y se me acercó muy humilde.

"¿Habla español?", me preguntó. Cuando asentí vi como suspiró de alivio.

En los siguientes minutos el hombre me contó su historia. Una historia que ya conocía, de tanto haberla leído en los periódicos en los últimos meses: Llegó de México, de Oaxaca, a Florida como todos, buscando trabajo. Lo encontró en la construcción, pero con la crisis inmobiliaria, lo perdió.

"Ando desesperado, ya no sé qué hacer", me decía, ya como contando una batalla hace tiempo perdida.

Perder el empleo había causado que perdiera su departamento. A donde quiera que iba a buscar trabajo le decían lo mismo: "No hay".

No tenía dónde quedarse. No tenía manera de trasladarse. Se había gastado las suelas de sus zapatos caminando, preguntando por algún empleo en cuanto negocio, constructora, restaurante y tienda que se encontraba.

"Pero bueno, ¿ya fue usted al restaurante Tal?", le preguntaba incrédulo.

"¿El que está por la calle Tal y Cual? Ya fui, me dijeron que no había nada", respondía.

"¿Y a la tienda Equis, la que está en...?"

"¿La de la calle Zeta? Sí, dos veces. Igual, no hay nada".

Era imposible. Cuanto negocio hispano le mencionaba, él me remataba que ya lo habían rechazado. Y me lo comprobaba describiéndome con pelos y señales la ubicación, nombre, dirección y hasta nombres de los dueños o gerentes. Decía la verdad.

"Ahorita ni siquiera tengo un dólar para el autobús, y regresarme a la casa de un amigo que me deja dormir en el garage", me explicó.

Me dijo que tenía algún primo en Arizona, pero no estaba seguro, porque no podía llamar a su pueblo para confirmar. Sólo por carta. Y ni siquiera tenía dinero para el viaje.

"He buscaso, y he buscado, y no sale nada aquí ya en Florida", me dijo.

El pobre hombre estaba sudado y cansado. Derrotado física y anímicamente.

Agarré mi cartera y tomé los pocos billetes sueltos que tenía. "Mire, no le miento, vea. Esto es todo lo que tengo en efectivo. Tenga", le dije. "Al menos le servirá para comerse un taco y tomar el autobús".

Le di las señas de una iglesia cercana donde quizá le dieran alguna comida. Agradeció y se retiró.

No me sentí bien por mi gesto, al contrario. Lamenté no haber tenido un poco más qué darle.

Esa escena no fue aislada. En los tres años que llevo en Florida se me ha repetido por lo menos tres veces ya, casi en idénticas circunstancias, casi con las mismas historias.

Y en los tres casos las víctimas eran trabajadores de construcción hispanos e inmigrantes.

Lo peor es que la escena se multiplica muchas veces en otras partes de Florida y de todo Estados Unidos actualmente. Y dónde no.

Si para un ciudadano americano, con inglés y documentos, resulta extremadamente difícil encontrar empleo en esta recesión, imagínese como será para personas como las que me he encontrado... (www.cesarfernando.com)

viernes, julio 17, 2009

Canadá nos "traicionó": ¡Que viva la transa!

DESDE LAS ENTRAÑAS DEL MONSTRUO

Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com

Era cuestión de tiempo para que los canadienses impusieran requisito de visa para los mexicanos. No sé porqué nos sorprendemos. Al contrario, ya se habían tardado.

Aunque, para ser justos, a los canadienses se les fue la manita un poco. Si el problema eran los miles de mexicanos que entraban con falsas solicitudes de asilo político, ¿porqué castigar al resto? ¿Porqué no imponer una prohibición a los mexicanos de recibir asilo político, por ejemplo? Así los que entran sabrán a qué atenerse.

El problema radica en que la ley canadiense autoriza a cualquier solicitante de asilo a permanecer en el país durante meses, hasta que se resuelva su caso. Y claro, muchos se aprovechaban de esa laguna legal. Mientras eran peras o manzanas, había mucha gente viviendo del presupuesto del gobierno canadiense.

Yo entrevisté hace algún tiempo a indocumentados mexicanos que llegaban a Canadá pidiendo asilo, y contaban maravillados cómo los "amables" y "civilizados" canadienses les alquilaban hotel, les pagaban las comidas y hasta los inscribían en clases de inglés gratis para que se "adaptaran".
¡Hasta les abrían una cuenta de banco con dinero y todo!

Muy, muy distinto a los "salvajes" e "inhumanos" gringos.

Cierto, muchas de las personas que buscaban ir a Canadá eran gente trabajadora, que sólo querían un futuro mejor para sus familias. La mayoría vivían de indocumentados en Estados Unidos, sin posibilidad de legalizarse nunca. Canadá fue su último recurso.

Pero, de hecho Canadá ya permitía a los mexicanos ir a trabajar legalmente, siempre y cuando los trámites se hicieran desde México. Y ni visa pedían. ¿Entonces para qué quemar la oportunidad?

Eso me platicaron extrañados algunos funcionarios canadienses. ¿Porqué los mexicanos no se van a México y comienzan los trámites desde allá?, preguntaban.

Pero no. "Se nos hizo fácil". Y ahí está el resultado: Mandamos por el caño la buena fe que tenían en nosotros.

Tristemente, algo muy similar pasó en Estados Unidos. Varios funcionarios me platicaron cómo antes era muy simple hacer una declaración legal para recibir servicios públcos en Estados Unidos: usted sólo escribía una carta y la firmaba, por ejemplo. "Yo, Fulanito de Tal, declaro esto y aquello", y ya. La cosa era legal.

Nadie andaba pidiendo cuentas. Si usted decía eso, era porque era verdad. Estaba en juego su nombre y su honor. No en balde el perjurio es uno de los peores delitos según la legislación norteamericana original. Los fundadores anglosajones de Estados Unidos simplemente no podían concebir que alguien mintiera, por Dios. Si hasta en la Biblia estaba el mandamiento.

Aaaaahhh... pero los pobres inocentes no contaban con la astucia de los mexicanos.

Llegamos y comenzamos a hacer de las nuestras a diestra y siniestra, firmando cartas donde declarábamos hasta ser los papás de los pollitos. Y lo peor es que no fue uno, ni dos, sino miles y miles de transas que "se salieron con la suya".

Más de un "paisano" me contaba alegremente cómo "había sido más vivo que estos gringos tarugos". Ancho de orgullo el hombre ante su "sagacidad".

Pero pasó lo que tenía que pasar. Algunas oficinas del gobierno dejaron de aceptar las declaraciones firmadas, y ahora piden pruebas y hacen estudios detallados de cualquier solicitante. "Antes no los pedíamos, pero bueno... hubo mucho abuso", me platicaba casi disculpándose el funcionario texano con el que hablé (que por cierto, era mexicano también.)

Pero no sé porqué nos sorprendemos, si desde pequeños nos vienen incluncando esa cultura de "La Ley de Herodes" ("O te chingas, o te jodes"). Hasta la llevamos grabada en nuestra cultura, en nuestras frases populares: "El que no tranza, no avanza"... "Un político pobre es un pobre político"..."la corrupción somos todos"...

¿Se ha fijado cómo los principales personajes de nuestras películas y series de TV siempre son "transas", que demuestran ser más "vivos" que nadie? (no por estudios o inteligencia, sino para fregar nomás.)

Cantinflas, por ejemplo, era un excelente cómico... pero sus personajes siempre demuestran ser más "vivos" que cualquiera en las artes de la calle. (Claro, es "honrado" y tiene su "código", roba al rico para darle al pobre... ¡Pero sigue siendo transa!)

Igual siguen esta tradición los personajes de Chespirito (Por ejemplo, Don Ramón, el más popular de los personajes, ¡tenía catorce meses que no pagaba la renta y tan campante!), Resortes, Clavillazo y hasta Tin Tán: El mexicano "sagaz", que es capaz de venderle hielo al esquimal... Aunque en el fondo, claro, todos son "buenos" y tienen "un corazón de oro". (¿Lo habrán conseguido trabajando, o trampeando en los dados?)

La tradición continúa en otros países latinos, como el famosísimo José Candelario Tres Patines ("¡A la reja!")

Los únicos personajes honrados y legales que aparecen en nuestras historias siempre son la víctima cómica del personaje "vivo y abusado". O son simples payasos, porque nadie puede creerse que alguien sea tan "inocente" en serio.

Caso típico, El Chapulín Colorado: su honradez y ética eran causa de burlas y golpes. Supongo que Roberto Gómez Bolaños sabía que el público no se iba a tomar en serio a alguien tan honrado y decente... Sólo como comedia.

Esa tradición de ensalzar al pillo viene de muy, muy atrás. Desde España. ¿No era el Lazarillo de Tormes el personaje literario español más famoso? Y era un transa, un típico niño de la calle, un "pícaro" que se las sabía de todas todas, y le quitaba hasta los calcetines a quien se dejara.

La única y, válgame la expresión, honrosa excepción lo fue Don Quijote de La Mancha, que es el arquetipo de la honradez, la ética, la verdad, la justicia... ¡Pero por eso Cervantes lo pintaba de loco!

En cambio, Sancho Panza, el ejemplo de la cordura y la "realidad" no brillaba precisamente por su honradez, al contrario. Pero sí era celebrado por ser "astuto" y "vivaz".

Así pues, con tales "ilustres" tradiciones culturales, no es raro que los latinoamericanos aprendamos desde pequeños "La Ley de Herodes" (

donde nos enseñan que decir la verdad y ser honrado es "tonto" e "inocente", mientras que burlarse de la ley y sacar ventaja a todo es "inteligente"... ¡con razón estamos como estamos!

Y encima nos indignamos... (www.cesarfernando.com)

viernes, julio 10, 2009

¿Cuánto me cuesta vivir en Estados Unidos?

Nota: Los precios de los productos y servicios de este artículo son de julio de 2009. Debido a la inflación, ya han aumentado. Hay una nueva sección de este blog con los precios actualizados, en esta dirección: http://cesarfernando.blogspot.com/p/cuanto-cuesta-vivir-en-estados-unidos.html 


Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com


Bueno, con eso de la recesión, algunos economistas hablan de que Estados Unidos pudiera caer en una espiral deflacionaria, que es lo contrario a una inflación.

O sea, que como nadie tiene para comprar nada (porque todo mundo se quedó sin trabajo, o sin ahorros, o sin casa, o sin todo lo anterior), entonces la simple ley de la oferta y la demanda causará que los precios bajen.

Mucha gente se alegrará. Sería la primera vez que veamos que los precios bajan.

Pero los economistas alertan de que la deflación pudiera ser incluso más peligrosa que la inflación.

Será el sereno, pero hasta ahora, con todos los despidos, quiebras y embargos, yo no he visto que los precios caigan, sino al contrario: Siguen subiendo.

¿Cuánto cuesta ahorita mismo, vivir en Estados Unidos? Los precios varían a veces de ciudad a ciudad, y de estado a estado.

Pero nomás para muestra un botón: Aquí les transcribo mi lista de compras del supermercado, en Florida. A los que ya viven en Estados Unidos quizá les sirva de comparación, y a los que están en América Latina quizá les sirva para que hagan números y sepan a qué atenerse si quieren emigrar.

(Ojo, tome en cuenta que yo no soy Donald Trump. Mi lista se limita simple y sencillamente a la compra necesaria para sobrevivir una o dos semanas, para una persona).

* Renta de un departamento de un dormitorio, agua incluída: 500 dólares al mes. No lujoso, no en una zona "nice".

* Hipoteca mensual para los que tienen casa: Alrededor de 1,200 dls.

* Electricidad: 300 dls. si tiene casa. 100 dls. si vive solo, en departamento y trabaja todo el día fuera.

* Gasolina: 2.60 dls. por galón. Yo tengo un carrito de 4 cilindros, que gasta aproximadamente 10 galones a la semana. Total: 27 dls.

* Bolsa de pan: El más baratito, blanco y corriente, alrededor de 1.50 dls. De ahí hasta lo que guste, si es exigente y "saludable".

* Paquetito de 800 gramos de tortillas: 1.70 dls., de la más baratita.

* Lata mediana de frijoles: 67 centavos. Marca propia.

* Una libra de paquete de pollo congelado: 4 dls.

* Lata chica de atún en agua: 68 centavos.

* Una botella de 2 litros de refresco, del más barato: 1 dólar (el vicio).

* Un galón de leche: mínimo 4 dólares.

* Teléfono celular: Unos 100 dls. al mes por el plan familiar, básico. (En realidad la promoción es menos, pero siempre le salen con "piquitos" y "recargos" que inventan quién sabe de dónde).

* Si tiene tele por cable, o teléfono fijo, o internet le cuestan como 50 dólares al mes por cada servicio. Si los contrata los tres en paquete, le sale como 100 al mes por todo... pero nunca son 100 dólares. A mí a veces me sube, dependiendo de los recargos y del precio del petróleo, supongo... Y usted tiene dos opciones: O paga y se calla, o se pasa tres horas rebotando como pelota al teléfono para pelearse con alguien de la compañía (que nunca le tomará la llamada).

* Seguro de autos: Por dos, cobertura total: 220 dls. al mes.

* Pago de los autos: Uno cuesta 170 dls., el otro 220 dls. al mes. No son nuevos: El primero es un carrito chico, Kia, modelo 2004; el segundo un carro mediano Chrysler, modelo 2005.

Y ya... eso sin contar: Ropa, zapatos, salidas a comer fuera, ni lujos.

De hecho, son gastos que todo mundo tiene en Estados Unidos, aunque para ser sinceros, esto es lo mínimo solamente. La mayoría de la gente tiene muchos más gastos que yo, comenzando por tarjetas de crédito y de tiendas. (No porque no las tuve, sino que hace mucho que tuve que dejar de pagarlas, si quería seguir comiendo.)

Bueno, ahora después de hacer números, dirán: "¡Wow!, entonces usted debe ganar muy buen salario para pagar todo eso, ¿no?" Pues ese es el problema, no me alcanza... Después de pagar la gasolina, la comida y la renta, tengo que decidir "de tin-marín, de do-pingüé" cada mes qué pagar, y qué dejar "arrastrando" hasta el siguiente.

Y usted, ¿cuánto gasta? (www.cesarfernando.com)

domingo, julio 05, 2009

Antecedentes penales: Una losa de concreto para toda la vida en Estados Unidos

DESDE LAS ENTRAÑAS DEL MONSTRUO

Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com

FORT MYERS, Florida -- Héctor fue novio de una prima mía, mayor que yo, hace bastante tiempo. Por allá de principios de los 1970's.

Pero Héctor era una "fichita". A pesar de eso (o quizá por eso mismo) mi prima terminó casándose con él. Y después, claro, terminaron de pleito y divorciados.

Sin embargo, seguí viendo a Héctor... en los periódicos. No pasaba un año sin que saliera en primera plana, ya sea porque fue arrestado por traficar con marihuana, o por otros delitos.

Después, le perdí la pista. Cuando volví a saber de él, ya cuando yo tenía como 20 años, Héctor volvió a salir en el periódico, otra vez en primera plana, otra vez en un caso criminal... pero esa vez como ¡policía!

Así inició Héctor su exitosa carrera como "representante de la ley".

Quizá después de pasar tantos años de su vida en la cárcel, Héctor le agarró gusto a esa vida. O quizá el jefe de la policía y sus oficiales le agarraron cariño. Después de todo, casi ya era como de la familia.

Irónicamente, cualquiera que hubiera querido sacarle los trapitos al sol al flamante policía, no hubiera batallado. Su expediente quizá sobresalía de entre los demás, casi como si pusieras un directorio telefónico en medio de folletos de misa, tan gordo que era.

Pero al parecer a nadie le interesó ni le importó que uno de los policías tuviera tantos o más antecedentes penales que los propios criminales de los que se suponía nos debía "proteger". Por eso, Héctor pudo hacer realidad su sueño de ser "Polecía".

¡Qué afortunado fue Héctor de vivir en México! Si hubiera vivido en Estados Unidos, seguramente su vida habría sido otra. No sé si mejor o peor, pero sí muy distinta.

Eso sí, ni en sueños iba a lograr tener una carrera policiaca. Al menos no afuera de las rejas,

Y no es que en Estados Unidos no haya corrupción, ni policías bandidos. La enorme diferencia es que acá, el tener antecedentes penales es como ser un apestado. Por lo menos, si usted quiere conseguir ciertas metas en su vida, como ser aceptado en ciertos trabajos (como, por ejemplo, policía).

En Estados Unidos, el historial criminal es como una losa de concreto que uno va cargando como El Pípila para toda su vida. Y cualquier "errorcito" de juventud se paga caro. Porque a cualquier trabajo que usted vaya, le piden carta de no antecedentes penales, y no conforme con eso, los empleadores hacen una revisión por computadora a ver qué manchas salen de su vida.

"Ni que los gringos fueran tan santos", dirá usted. Pero precisamente es por eso: Acá se dan golpes de pecho al revisar los antecedentes de todo mundo.Por ello es un pecado más que mortal tener aunque sea el mínimo antecedente criminal. Y a veces se pasan de exagerados.

Prometedoras carreras de políticos y funcionarios excelentes se han ido por el caño cuando a algún reportero emprendedor se le ocurrió revisar los archivos policiacos, y encontró algún "pecadillo", así sea de faldas (o de pantalones).

No importa que el interfecto se haya "enmendado", o que "haya encontrado a Dios". Para nada. El hecho de tener antecedentes penales lo marca a uno de por vida, en esta sociedad creada (y las más de las veces manejada) por puritanos.

Algunos de esos puritanos, hay que decirlo, también tienen esqueletos en el clóset, y bastantes. Pero su mérito es haberlos escondido demasiado bien. Por lo menos hasta que llegue algún reportero (o enemigo político, que a veces son lo mismo) más "picudo" que él y le desentierre los huesos y los exhiba en la plaza mayor del pueblo.

Hoy en día, con tantas computadoras y sistemas de control, lo tienen a uno bien checadito. Y sus devastadores alcances no sólo afectan a funcionarios o políticos en campaña, sino a gente común y corriente, que también sufre en carne propia los estragos de esos "pecadillos", aún al tratar de realizar tareas simples, como viajar.

No han sido pocos los casos de personas (muchos de ellos ciudadanos americanos) detenidas en aeropuertos o en la frontera, porque la computadora lo señala con antecedentes criminales, aún menores.

Si usted fue culpable (sin importar que ya haya cumplido su condena con creces) espere a pasar varias horas en un cuartito, rodeado de agentes malencarados y con pistolas revisando hasta el último calcetín de su maleta, explicándoles con santo y seña su vida. Si tiene suerte, lo dejarán ir. Si no, ahí tendrá que pasar la noche, hasta que "se aclare" que usted no es "un riesgo para la seguridad del país".

Lo peor es que esto también le ocurre con bastante frecuencia a personas inocentes, cuyo único crimen es llamarse igual que algún delincuente. Para estas pobres personas el trauma es peor, por no deberla.

Esta paranoia ha llegado a niveles ridículos, como el triste caso de un inmigrante legal, con muchos años de vivir honradamente en Estados Unidos y quien pensaba hacerse ciudadano pronto.

El tipo iba por la calle un día y le dieron ganas de ir al baño. Como no habían baños cerca, o ya le andaba, se le hizo fácil desalojar su vejiga en un solar baldío.

El problema es que alguien lo vio, y llamó a la policía, que lo detuvo por "exhibición indecente". Lo grave es que este delito está tipificado como "de baja calidad moral", y es uno de los requerimientos para... la deportación.

Allá fue a dar el pobre hombre, en grilletes, al centro de detención del Servicio de Inmigración, como "delincuente indeseable". A las pocas semanas ya estaba de nuevo en su país de origen, deportado, sin un centavo, y con una prohibición de por vida por regresar a Estados Unidos, donde había dejado casa, familia, trabajo y toda una vida.

Y no, contra lo que usted crea, acá no siempre se puede "arreglar" el asunto con una "corta feria", como se acostumbra al sur de la frontera. No porque en Estados Unidos no haya corrupción, o porque los policías o jueces sean 100 por ciento derechos. La diferencia es que acá los jueces, abogados, fiscales y policías prefieren mil veces las flores y alabanzas por detener criminales (en especial un criminal que intentó sobornarlos), que recibir 20 dólares por hacerse de la "vista gorda". El verse ante el público como oficiales celosos de su deber les resulta más redituable a la larga, que recibir una simple "mordida".

Por supuesto, en Estados Unidos también existen delincuentes que pasan media vida saliendo y entrando de la cárcel y como si nada. Siguen tan campantes con su vida gangsteril. Pero ellos están perfectamente conscientes que deben vivir fuera del sistema, porque ante los ojos de éste, siempre serán criminales, o sea ciudadanos de segunda. No creo que a la mayoría de nosotros nos apetezca mucho esa vida.

Lo dicho: Los pecadillos en Estados Unidos son losas de concreto que lo seguirán a usted para toda la vida, le guste o no.

¡Quién fuera un Héctor viviendo en México! (www.cesarfernando.com)

martes, junio 30, 2009

No se puede tener democracia a medias

Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com

Ningún golpe de estado se justifica, sea de derecha o de izquierda.

En el caso de Honduras, si se quería derrocar al presidente Manuel Zelaya, el Congreso y la Corte de Justicia debieron haber convocado a nuevas elecciones.

El problema es que Zelaya quería reelegirse. Y siguió el ejemplo de Hugo Chávez para cambiar la constitución con un referendo que se sacó de la manga.

No se puede ser demócrata a medias. La democracia incluye el voto de la mayoría, cierto, pero también establece que todos los partidos deben respetar una serie de reglas establecidas con anterioridad. No se pueden cambiar las reglas a mitad del camino por gusto del presidente.

Es como el futbol: No se puede tener un juego serio si el equipo perdedor cambia las reglas al medio tiempo, o cuando acabó el juego. O se aguanta, o se espera a cambiar las reglas para el próximo partido.

Los dictadores latinoamericanos de izquierda y de derecha, como Hugo Chávez de Venezuela y Álvaro Uribe de Colombia, quieren seguir aferrados al poder. Y usan la excusa democrática de unas “elecciones”, dizque porque “el pueblo se los pidió”.

Cierto, el voto de la mayoría es un requisito de la verdadera democracia. Pero también lo es la alternancia presidencial, y el respeto a la decisión del Congreso.

No se puede tener una democracia real si el presidente sólo acepta las reglas que le convienen, y desecha las que no.

Eso parecerá democracia, pero no lo es. Aunque lo canten a los cuatro vientos.

Eso fue precisamente lo que hacían Hitler y Mussolini. (www.cesarfernando.com)

domingo, junio 21, 2009

Los "Hombres Locos" de Estados Unidos

Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com


FORT MYERS, Florida -- Confieso que, en cuestión de series de TV, me quedé en tiempos de Starsky y Hutch y Columbo.

Por eso, un día decidí "ponerme al día" sobre lo último que se ha hecho en la televisión de Estados Unidos.

Y como me duele el codo para rentar o comprar DVD's, aproveché que en el cable estaban dando (¡y gratis!) los episodios de la primera temporada de una de las series más aclamadas y famosas de los últimos años, Mad Men.

La serie, del canal AMC, me encantó. Y cómo no, si es una telenovela.

(Por cierto, si usted se pregunta cuál es el secreto de las grandes obras de la literatura y del cine, es simplemente eso: Todas son telenovelas. Nomás que no lo dicen. Comenzando con Los Miserables de Víctor Hugo, y pasando con Lo que el viento se llevó, todas podrían haber sido obras de Corín Tellado si hubieran sido escritas actualmente. Si actualizamos los protagonistas, y las fechas, el resultado es un "culebrón" de esos de Televisa que no aguantamos en horario estelar.)

Mad Men se traduce más o menos como "Hombres Locos" u "Hombres Desquiciados", pero no tiene nada qué ver con eso. Así se autonombraban los ejecutivos de las agencias de publicidad con sede en la Avenida Madison de Nueva York... Madison Avenue Men, o Mad Men.

La serie está ambientada precisamente en una agencia de publicidad neoyorquina de principios de la década de 1960. Y trata de las tragedias, intrigas y conflictos de sus personajes.

El decorado, la ambientación, el guión y las actuaciones lo envuelven a uno. Con razón han acaparado premios Emmy.

Pero lo que me fascina (y creo que es buena causa del éxito de la serie) es su crítica despiadada a la cultura norteamericana de aquella época. Es una crítica indirecta y fina, muy inteligente.

El mayor mérito de los escritores, directores y actores es, creo yo, que no están inventando el hilo negro: Simplemente recrean la manera de pensar, opinar y actuar de la gente “normal”, de un americano típico de hace 50 años. Y allí radica la fuerza de Mad Men.

Lo que hoy en día nos choca y nos causa un infarto (literalmente) era visto entonces como algo normal y hasta “cool” en aquella época. Y no fue hace mucho: Bastantes de nosotros ya estábamos vivos en aquellos años.

Así, el espectador se mete en un mundo totalmente ajeno al actual, que bien pudiera ser otro planeta. Un Estados Unidos donde todo mundo fuma como locomotora hasta en los hospitales, donde todo mundo toma alcohol a todas horas como si fuera agua Evian... y como si nada.

Vemos escenas de hombres, mujeres, parejas elegantes y educadas... que fuman y beben hasta en el baño. Hasta las mujeres protagonizan las escenas más espantosas, fumando y bebiendo como cosacos aún enfrente de sus hijos (envenenándolos con humo de segunda mano durante el desayuno). Incluso vemos escenas de mujeres embarazadas "echándose un pitillo" y empinando el codo con las amigas.

Vaya, hasta a los niños pequeños les permiten jugar con bolsas de plástico... ¡poniéndoselas en la cabeza!

Y no son familias de la peor calaña, al contrario: Todos son gente "bien", "gente nice", que se preocupan por su familia, por sus hijos, por ellas mismas.

¿Cómo reaccionar en un mundo donde hasta el médico realiza exámenes físicos a sus pacientes fumando como tahúr?

Pero las escenas más irónicas son cuando escuchamos a los personajes hablar: Hacen comentarios racistas, clasistas y sexistas, como si fuera lo más natural del mundo, abiertamente, sin tapujos, en plena calle, en las oficinas, en los restaurantes. Se burlan y desprecian a negros, judíos, asiáticos, hispanos.

Los ejecutivos de la agencia de publicidad no tienen ningún empacho en tratar a las secretarias a nalgadas y pellizcos, y manosearlas o violarlas en las oficinas.

¿Demandas por acoso sexual? ¿Qué es eso?

Pero fuera del valor de entretenimiento y estético de Mad Men, me hizo pensar algo más profundo...Porque es, ni más ni menos, que una bofetada a los extremistas políticos de ambos lados, de derecha e izquierda.

Ese Estados Unidos --sexista, clasista, racista, donde los hombres se morían a los 60 años de un infarto o de cáncer sin saber porqué, y donde las mujeres eran sometidas como un objeto--, es el país que tanto añoran los ultraderechistas que recuerdan con nostalgia su niñez y juventud.

Ese Estados Unidos es el que los extremistas del Partido Republicano, los Minutemen, los Lou Dobbs, los Sean Hannity, los Pat Buchanan y los Tom Tancredo añoran como "los buenos tiempos idos", y tratan de volver a ellos.

Un país donde a las mujeres les pedían que usaran "faldas arriba de la rodilla" para "agasajar la mirada" de sus compañeros de trabajo varones. Y la que no cumplía era enviada "a la congeladora".

Un país donde los ejecutivos se enojan con dueñas de tiendas de departamentos, furiosos porque "no iban a permitir que una mujer les hable así".

Un país donde los que dominaban todo eran hombres anglosajones y protestantes, y donde los inmigrantes eran ciudadanos de quinta clase.

Un país donde nadie sabía o creía que el cigarrillo causara cáncer, ni que beber siete vasos de whisky diarios causara cirrosis hepática a la larga, y donde hacer ejercicio, beber agua y comer sano era visto como cosas de "afeminados".

Un país donde los mismos homosexuales tenían que aparentar ser mujeriegos, por temor a que sus preferencias sexuales les costaran el trabajo.

Pero al mismo tiempo, Mad Men también da una lección a los extremistas de ultraizquierda, que acusan al Estados Unidos de hoy en día de todos los males habidos y por haber... sobre todo de ser racistas, clasistas y sexistas.

Mad Men nos demuestra que, a pesar de sus defectos, Estados Unidos sí ha avanzado, aunque sea un poco, en ser una sociedad más justa y equilibrada. Por lo menos un poco más que en 1960.

Hoy en día, esas actitudes típicas de Mad Men, que en aquél entonces era vistas como “normales” y hasta “graciosas”, causarían demandas multimillonarias, quiebras, escarnio público y hasta cárcel a los responsables.

Intente discriminar o llamar "negrito", "nenorra" o "marica" a compañeros de trabajo en Estados Unidos y verá como le cae encima demandas por discriminación u hostigamiento... eso si antes no lo corren de la chamba.

Por supuesto, hay mucha gente que aún lo hace hoy en día, pero me gusta pensar que son minoría, remanentes mal digeridos, que no entienden que ya hubo una lucha por los derechos civiles. Cada vez que leemos una historia de algún personaje sacado de Mad Men, casi siempre la noticia se complementa con demandas públicas, destituciones y hasta juicios.

En cambio, esas actitudes de Mad Men, que en Estados Unidos eran "normales" hace 50 años, aún siguen vigentes, vivitas y coleando en muchos países latinoamericanos. Y como si nada.

Estados Unidos siempre ha sido un país con enormes defectos. Y siempre lo seguirá siendo. Pero al menos, creo que el mayor mérito de su sociedad es que ha logrado darse cuenta de que esos defectos existen, y que hay gente (a la que al principio siempre tachan de locos) que se encarga de hacer algo para erradicarlos, aunque les tome años hacer la diferencia.

No importa. Basta ver un capítulo de una serie de TV para notar esa enorme diferencia.

Aunque, sinceramente, yo me sigo quedando con Starsky y Hutch...(www.cesarfernando.com)

lunes, junio 15, 2009

"Reloj, no marques las horas..."

Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com

El primer reloj que tuve me lo regalaron mis papás cuando cumplí creo que 12 años. Fue en aquel lejano 1980.

Lo recuerdo muy bien: Era de Mickey Mouse, de esos en que las manecillas eran los brazos del ratón. Y me encantaba. No me quitaba ese relojito ni para dormir.

Recuerdo que era azul cielo. Lo que más me intrigaba del reloj, es que en el extensible tenía agujeros en forma de corazón.

(Muchos años después caí en cuenta que era un reloj... ¡de niña! Y que el azul "cielo" no era tal, sino color aqua. De la confusión pasé a la ira, luego a la aceptación y más tarde a la burla, casi casi como las etapas de una relación sentimental rota. Hoy en día, casi 30 años después, completé la etapa del perdón. Y es que, ya con hijos, me puse en el lugar de mis padres... ¿Cómo diablos iba alguien a conseguir un reloj de Mickey Mouse --bueno, bonito y barato-- en el Tampico de aquel 1980? De milagro encontraron uno, y estoy casi seguro que fue por encargo de algún "fayuquero" o contrabandista. Solo la gente "bien" se podía dar el lujo de pasar "al otro lado" y comprar lo que le viniera en gana. Nosotros, no.)

Después, tuve muchos relojes. Muchos. La mayoría me los regalaron. Más bien casi todos. Me encantaban los relojes, sobre todo los de color negro, redondos y planos, sin números ni rayitas que señalaran la hora.

Me alegré al saber que mi buen gusto era compartido por la carísima marca suiza Movado. Todo mundo me preguntaba si mi Timex de 100 pesos era un Movado.

Hoy en día, no sé dónde quedaron todos esos relojes. Sólo tengo dos "falsos" Movados arrumbados en alguna caja, después de que se les agotaron las baterías. Nunca me di tiempo para ir a cambiarlas, y cuando fui con un relojero indio de un mall de Florida, hace como 2 años, la batería se agotó a la semana. Pero nunca regresé a reclamarle al relojero.

A pesar de mi obsesión relojera, me di cuenta de una triste realidad: Ya no necesito usar reloj.

Cuando quiero saber la hora, le echo un vistazo a la esquinita inferior derecha de mi computadora, y me la dice claramente: Llueve truene o relampaguee.

Y como la mayor parte de mi vida adulta la paso frente a una computadora, voltear a ver a esa esquinita no es problema para mí. Trabajo con computadoras. Y si no lo hago, no como. Y ya me acostumbré a comer, desafortunadamente.

Si en cambio, no estoy ante la computadora, o estoy viendo la televisión, no hay problema: La videograbadora tiene reloj. El DVD player tiene reloj. Y hasta la caja de control de la televisión por cable me dice la hora.

Si voy manejando en la calle, no hay problema tampoco: Mi radio tiene un reloj electrónico. Y lo mismo ocurre en autobuses, y hasta en tiendas.

Hasta cuando cocino sé qué hora es, porque el horno de microondas tiene sus numeritos electrónicos que mudos me orientan en el tiempo.

(¡Vaya, si ahora refrigeradores y hasta estufas traen reloj incluído!)

Por supuesto, a propósito he dejado hasta el final al sospechoso principal de la muerte de los relojes de pulso: el teléfono celular. Cuando no estamos ante la computadora, ni manejando, ni siquiera cocinando, siempre podemos echar la mano a la bolsa, y sacar el telefonito que marca eternamente la hora, donde quiera que uno esté (siempre que usted esté en área de cobertura, claro. Y que le haya cargado la batería la noche anterior. Y que no lo haya dejado olvidado en Dios sabe dónde).

Eso para no mencionar los iPhones, los iPods y los mp3 players.

Hay una enorme ventaja con los celulares: Uno no tiene que darles cuerda. Uno no tiene que "ponerlos a tiempo". Vaya, a veces hasta los tiramos, los mojamos, los perdemos, y simplemente compramos otro al día siguente. Lo que no pasaba con los relojes de pulso.

Los relojes de pulso reemplazaron a los relojes de bolsillo, de esos redondos que los bisabuelos sacaban de su saco, sujetos con una cadena, y los abrían para ver la hora.

Cuando se inventó el reloj de pulsera, la gente los recibió con los brazos (o las muñecas) abiertas. Porque, ¿quién demonios iba a querer perder tiempo para meter la mano al bolsillo y sacar un reloj, que además tenía que abrir de su cubierta? Muy anticuado y lento. Con el reloj de pulsera era sólo cosa de echar un vistazo rápido a la muñeca (de la mano, aunque si usted tenía otra muñeca cerca a la cual echar un vistazo, adelante). Dicen que los relojes de pulsera los inventó un piloto de aviones, por su comodidad y seguridad de no tener que soltar los controles para ver la hora.

Ahora, irónicamente, esos rápidos y cómodos relojes de pulsera o de pulso están siendo reemplazados por teléfonos celulares... que para ver la hora uno tiene que sacar del bolsillo ...¡y hasta abrir una cubierta protectora! Igualito que los relojes del abuelo.

(Bueno, más bien peor, porque los celulares no tienen las cadenas de seguridad que impedían que se cayeran los relojes de mano. Más de un celular ha marcado su último segundo de vida útil en el pavimento.)

Supongo que usted estará de acuerdo conmigo. ¿O usted sigue usando reloj? Si es así, felicidades: Es usted una especie en extinción.

Según un artículo del periódico Wall Street Journal, en 2005 las ventas de los relojes de pulsera se fueron en picadam más del 10 por ciento, afectando marcas como Fossil y hasta los venerables relojes suizos.

Curiosamente, una rápida búsqueda a Ebay.com y Amazon.com me hizo caer en cuenta que todavía se venden... ¡relojes de Mickey Mouse!

Pero éstos no son los relojitos que se regalaban a los niños de 1980, para nada. Son muy modernos, muy a la moda, para niños, niñas y hasta para adultos. La versión de hombres (que parece hecho por la mismísima Movado) cuesta la módica cantidad de 29 dólares. Supongo que, en comparación, es mucho más barato de lo que mis papás pagaron por aquél relojito que me regalaron en 1980 (y que era de niña, por cierto).

Me alegré. Por lo menos, una parte de mi pasado, y de mi niñez, seguía viva para las siguientes generaciones (si es que les importa).

Pero luego se me ocurrió hacer otra búsqueda. Tecleé en Ebay.com y Amazon.com las palabras "Mickey Mouse Cell Phone"... Y ¡voilá! Como por arte de magia salieron montones de teléfonos celulares del Ratón Miguel, de todos colores, formas y sabores.

Vaya, había hasta un iPhone.

¿El precio? El más barato costaba... 9 dólares.

Y claro, con reloj digital incluído.

Ni modo, ratoncito... Eso es "progreso". (www.cesarfernando.com)

lunes, junio 08, 2009

"Graduation Day" con acento hispano

DESDE LAS ENTRAÑAS DEL MONSTRUO

Por César Fernando Zapata

cfzap@yahoo.com

FORT MYERS, Florida -- Me ha tocado ir a cubrir varios de estos eventos en los últimos días. Eventos donde los aplausos y las porras electrizan las gradas.

Las familias gritan, aplauden silban, y lloran de alegría. Y cuando un nombre se menciona, una esquina del auditorio siempre estalla en júbilo, y hasta bailan cartelones al ritmo de "la ola", como si el equipo local hubiera anotado un gol de campeonato.

Lo que, en cierto sentido, así es.

No, no me refiero a juegos mundialistas de futbol. No, estos espectáculos a los que me refiero son mucho más emotivos e importantes que simples partidos de futbol.

Me refiero a las graduaciones escolares en Estados Unidos.

A últimas fechas, me ha tocado reportear muchas historias de dolor, crisis y depresión.

La recesión, el desempleo, la incertidumbre no dan para más. Sobre todo entre los inmigrantes en EstadosUnidos.

Por eso me gusta cubrir historias de escuelas: El enfoque no es sobre el presente, ni siquiera sobre el pasado: sino hacia el futuro.

Aquí el tema no es crisis ni depresión, sino planes, proyectos. Esperanzas, pues.

Hoy más que nunca, he visto vi esas ilusiones reflejadas, cuando me tocó cubrir las graduaciones de las "high schools" de este rincón de Florida. Los famosos "Graduation Days".

Al entrar a los auditorios, uno siente una vibra distinta, positiva. Las familias llegan ataviadas con sus mejores ropas, o si no las tienen, al menos con sus mejores espíritus. Eso basta y sobra.

Llegan familias ricas, y pobres; elegantes y humildes. Muchos anglosajones, pero también muchas familias de raza negra. E hispanas. Son éstos últimos los que abarrotan las gradas, con hermanos, hermanas, padres, madres, tíos, sobrinos, y hasta abuelos.

Todos sonrientes, muchos con las miradas enternecidas con las lágrimas.

Los maestros arriban, ataviados con sus sobrias togas y birretes negros.

Y luego, aparecen las estrellas principales del evento: Vestidos de togas brillantes y alegres, decenas, cientos de chicos y chicas radiantes, en su mejor momento.

La pasarela multicolor amerita a que toda la familia se levante de sus asientos. Muchos de estos padres y madres son inmigrantes con apenas educación primaria en México, Centro y Sudamérica. Pero tienen el orgullo de ver a sus hijos graduarse de una escuela que al principio les pareció extraña, en un idioma que les era totalmente ajeno, pero que al final hicieron suyo.

Después de los consabidos discursos, llega el momento cumbre: La entrega de diplomas. Cada nombre es mencionado fuerte y claro, y cuando el niño o la niña aparece, es el acabóse para toda una generación de padres, abuelos y tíos que les antecedió.

Y los nombres que se mencionan, por Dios... Muchos Brown, muchos Smith, muchos Jones, cierto. Pero los Rodríguez, los Pérez, o los Martínez son igual de numerosos o hasta más en ciertas escuelas.

No importa que suenen gracioso cuando el maestro de ceremonias los nombra: "Uaaan Perrrés... Pedrrro Doumingüés... Maerría Vascués..." Las porras y los coros de alegría de la familia compensan con creces la mala (o quizá no sea mala, sino nueva) pronunciación.

Hasta ahora, he visto dos o tres graduaciones donde algunos de los graduados Summa Cum Laude, los alumnos con las más altas calificaciones, llevaban esos apellidos. Y a ellos --no a los Brown, los Smith o los Jones-- les tocó el honor de dar el discurso de graduación de sus compañeros, la Clase del 2009.

Mucha gente en México me pregunta porqué en Estados Unidos se hace tanta alharaca con las graduaciones de las "High School", si en nuestros países es simple y sencillamente un ciclo más. Pero en América Latina, por fortuna, casi todo mundo puede estudiar universidad. En Estados Unidos, esto es un lujo. Si bien no un lujo económico, sí un lujo de tiempo y esfuerzo.

Por eso, el "Graduation Day" simbolizaba antes el final de la vida escolar para el 90 por ciento de los niños, lo que seguía era buscar trabajo.

Hoy, felizmente, no es el caso ya. Para muchos de estos niños la historia continuará el próximo año, pero en las universidades. Quizá no Harvard, o Yale. Quizá ingresen sólo al Community College barato, del gobierno. O algunos se enlistarán en el ejército, y otros se irán a escuelas técnicas. Y sí, algunos más sí irán a Harvard o Yale. Pero lo importante es que seguirán avanzando.

Y dentro de 4 ó 10 años, seguramente en las graduaciones universitarias esos apellidos Brown, Smith o Jones sonarán igual de fuerte que los "Roudrrigüés", los "Perrrés" o los "Vascués".

Pero los gritos y porras desde los padres en las gradas sonarán aún más fuerte. Y en español. (www.cesarfernando.com)

lunes, junio 01, 2009

Los traumas que usted ni se imagina al emigrar a Estados Unidos

DESDE LAS ENTRAÑAS DEL MONSTRUO

Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com

FORT MYERS, Florida -- La gente que emigramos por vez primera a Estados Unidos, lo hacemos sin tener una idea clara sobre qué esperar al llegar,

Bueno, más bien sí tenemos una idea clara, pero las más de las veces no se acerca siquiera a la realidad.

Por principio, sabemos que venimos a trabajar, quizá más duro que en nuestros países. Ah, y claro, a ganar en dólares, ¿no es lo que uno busca?

Porque sabemos que "de este lado", sí se reconoce el esfuerzo y la dedicación. Y el que trabaja duro, no sólo termina con la espalda partida, sino con la espalda partida y rico.

O al menos esa es la idea que tenemos.

Y es verdad. Pero no es toda la historia.

Si realmente usted quiere saber qué le espera como inmigrante en Estados Unidos ("mojado" o "seco") tendrá que pensar en vivir experiencias que seguramente ahora ni se imagina.

Por principio, algo que todos los inmigrantes vivimos al llegar aquí es a ser... mudos. Y sordos.

Bueno, no precisamente sordomudos "reales". Pero casi.

O sea, al llegar aquí, uno debe comenzar a acostumbrarse a no entender nada de lo que le dicen los gringos. Que, a fin de cuentas, es casi casi como ser sordomudos.

No importa que usted haya "estudiado" inglés toda su vida, y se sienta perfectamente pertrechado: "Estudiar" no siempre es lo mismo que "aprender".

Y espere estar allí, con la mirada en blanco mientras alguien lo ametralla con montones de frases que suenan a checoslovaco... aunque en teoría es el familiar "inglés" que siempre hemos escuchado en las películas de Hollywood.

¿Porqué diablos los gringos no hablan en la vida real como en las películas? ¿Porqué no hablan con el acento clarito y limpio de la Miss del Colegio Inglés?, se preguntará usted frustrado una y otra vez.

Por supuesto, esto no va a ser siempre. Si usted se esfuerza y le echa ganas, después de algunos años va a duplicar su entendimiento del inglés.

(O sea, de entender nada, comenzará a entender la mitad de lo que le digan. Lo cual va a ser el doble de avance.)

Otra novedad que puede esperar: No va a saber manejar. Va a ser como cuando comenzó a aprender de nuevo, sobre todo si tiene que pasar el famoso examen de manejo.

Claro, usted sabe que maneja, pero cuando le ponen tantas reglas, tantos policías escondidos tras los árboles, tantas cámaras en los semáforos, y tantos radares detectores de correlones, entonces uno como que se engarrota... y se le olvida lo cafre que era en su país de origen.

Tampoco va a saber realizar una de las tareas más simples, como es ordenar en un restaurante, algo que seguramente tenía totalmente dominado en su país de origen.

Y de nuevo: Aunque haya "aprendido" inglés, dudo que en la Academia del Colegio Inglés le enseñen que los huevos revueltos se piden "scrambled", o que los volteados se llaman "over easy".

Y va a ver estrellas cuando la mesera le pregunte, toda sonrisas, si quiere un "side". Cuando le logre entender, le va a disparar otra pregunta: Qué tipo de "side", "mashed potatoes", "colesaw", "corn", o "spinach".

Y cuando por fin usted logre descifrar lo que le preguntó, y consiga murmurar la respuesta, prepárese porque después le va a preguntar cómo quiere su pan: "toast", "french", "simple", or "medium".

Cuando ya esté usted en el suelo, totalmente noqueado y maldiciendo a la Miss del Colegio Inglés, la chica seguirá con su libretita tan campante, preguntándole ahora si quiere su pan "wheat", "whole", "rye", o "mixed".

Para rematar, si está usted en un restaurante de comida rápida, espere que le den el tiro de gracia: "For here, or to go?"

Y si cree que estas escenas son traumáticas, espere a que tenga que responder o hacer una llamada por teléfono. El trauma le durará años. Y quizá nunca se recupere.

Otro trauma: Cuando tenga que ir a una oficina de gobierno o a un banco, y explicar (o entender) algo. Sobre todo si intenta descifrar el acento del empleado de origen hindú, por el altavoz del autobanco.

Y si piensa que va a batallar por entender a los americanos, espere a ver la cara que le van a poner cuando sean ellos los que traten de entenderle a usted. Algunos lo van a ver como retardado mental.

Por mucho que le duela esa situación, será comprensible. Usted es extranjero en tierra ajena, adaptándose a una cultura y una lengua extraña.

Por eso, la frustración será mucho peor cuando tenga un jefe que lo trata con la punta del pie... siendo "paisano".

Sobre todo cuando se dé cuenta de que usted, con dos doctorados y tres maestrías, tiene que recibir órdenes de un jefe no ha terminado ni la primaria.

Se va a tener que olvidar de las reuniones familiares o "salir con los cuates" cada fin de semana, porque llegará muerto del trabajo a comer, descansar... y a salir corriendo de nuevo a la otra chamba.

Eso, si bien le va, porque tendrá trabajo. Si le va mal, ni a eso llegará.

Es cierto lo que dicen: A todo se acostumbra uno menos a no comer. El problema es el proceso intermedio entre el shock y el acostumbrarse. Y a veces tardamos años para aceptarlo.

Pero no me crea a mí. Sólo le estoy diciendo una parte de las sorpresitas que este país le tiene guardadas a los inmigrantes.

El resto ni usted ni yo nos las imaginamos. Y generalmente ésas son las sorpresitas más traumáticas. (www.cesarfernando.com)

sábado, mayo 23, 2009

¡Ah, pa' nombrecitos!

Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com

FORT MYERS, Florida -- ¿Qué tienen en común Zappip con Zapata? ¿O con Sacato?

Para mí, nada, pero para más de un gringo por aquí, suenan igual.

O al menos, así es como me han "rebautizado" más de una vez, desde que vivo en Estados Unidos.

Mi apellido me lo han escrito de todas las maneras posibles (y a veces hasta algunas imposibles).

Me han dicho Zapato (lo cual es más que obvio), pero también Zapapta, Zacate, Sapate, y --el colmo-- hasta Zapote.

Bueno, la bronca llegó a tal grado, que hasta un compañero de trabajo que notó el problema, me miró y me dijo: "Oye, ¿y porqué no te cambias el apellido y lo haces 'gringo'?"

Opciones que me sugirió: Shoe, Shoemaker o Shoeman... Que serían los equivalentes de "Zapato" o "Zapatero" en inglés.

Y eso que mi apellido es relativamente fácil, sólo tres sílabas, seis letras, ningún acento ni ñ, ni diéresis ni nada.

No me quiero ni imaginar lo que hubiera pasado si hubiera heredado algún apellido vasco, como Zabalbeaskoa, Echázarreta, o Belausteguigoitia. Seguro ya me lo habrían "americanizado" a algo así como Zabal, Echa o Belaus.

(Otros que sufren las de Caín en este país son los descendientes de polacos, con apellidos como Wojciechowicz, Czerwinski, o los de la India, como Mukopadhyay, Balasubramanian.)

Aún así, no me salvo de seguir el ritual típico de toda persona que se presenta en este país: deletrear sus nombres. Como si estuviéramos actuando en un capítulo de Plaza Sésamo.

Así pues, si usted me escuchara presentarme, escucharía algo así:

"Hello, my name is Fernando Zapata, Dzi-Ei-Pi-Ei-Ti..." (Hola, mi nombre es Fernando Zapata, Zeta-A-Pe-A-Te-A).

Esa es la versión corta, la que uso cuando ando apurado. Cuando tengo tiempo, o de plano cuando veo que la gente me ve con cara de "What?", entonces recurro a la versión larga:

"Hello, my name is Fernando Zapata, Dzi as Zebra, Ei as Andrew, Pi as Paul, Ei as Andrew, Ti as Thomas, Ei as Andrew."

¿Ha escuchado usted en las películas cómo los militares de Estados Unidos deletrean, usando códigos como Alfa, Bravo, Charlie, Delta? Bueno, pues es algo similar.

Me gusta más. Pero supongo que sonaría bastante Rambo deletrear: "Zulu-Alfa-Papa-Alfa-Tango-Alfa".

(Mi único consuelo es que nunca he tenido problema con mi nombre de pila. Será porque acá están acostumbrados a escuchar la canción de Abba, o han oído que existe San Fernando, California. Eso sí, debo pronunciarlo como ellos: "Fergnandou".)

Sé que todo este asunto de los nombres suena ridículamente complicado. Quizá porque de verdad lo es. Para nosotros los latinoamericanos, es algo extrañísimo, porque nunca nos hemos enfrentado a tal problema. Al menos, la inmensa mayoría de nosotros nos apellidamos Pérez, Hernández, García o González, y nadie anda preguntando cómo se escriben.

Claro, aquellos latinoamericanos con apellidos "raros" siempre sufren, y tienen que andar deletreando. Como los Perea, a los que nunca les faltará algún burócrata que los registre como Pérez, o los mismos descendientes de vascos.

Pero esas son excepciones. En Estados Unidos, esas excepciones son la regla. Todo mundo debe deletrear su apellido aquí.

Lo cual no es raro si se toma en cuenta el montón de apellidos de todas partes del mundo que llegaron a este país. Muchos de ellos se escriben originalmente con alfabetos totalmente distintos, y algunos que se escriben hasta sin alfabeto, como los nombres de origen chino.

La mayoría conservan su ortogragfía... pero respetando la pronunciación de sus países de origen. De allí las confusiones. Y de allí la necesidad de deletrearlos.

Pero también ocurre lo contrario: No faltan las familias "moderrrnas" que se les ocurre ponerles cada nombre extrañísimo a sus vástagos, sobre todo entre la gente de raza negra.

Y allí me tiene usted, poniendo mi cara de "What?" cuando alguien se me presenta diciéndome nombres como Shawndriell, Khryssa, Wakeisha, Shesheika, Deshawna, o K'Brianey o vaya usted a saber cuál otro más.

Esos nombres suenan como grito de guerra. Y guerra es precisamente la que nos dan para escribirlos bien.

Como decía el "Rey del Humorismo Blanco", el inmortal comediante don Gaspar Henaine, "Capulina":

"¡Ah, pa' nombrecito! (www.cesarfernando.com)

martes, mayo 12, 2009

¿A dónde se fueron los verdaderos "amigos" de México?

Por César Fernando Zapata
cfzap@yahoo.com

FORT MYERS, Florida -- Confieso que durante mi (rebelde) juventud, tuve ideas bolivarianas, aún antes de que Hugo Chávez se las apropiara.

Soñaba un día en un futuro (ojalá no muy lejano) en el que América Latina estuviera unida en una confederación. O que se convirtiera en un país lo suficientemente grande para hacer contrapeso a Estados Unidos y la Unión Soviética.

No, Europa no "sonaba" por aquellos años. China menos. Estamos hablando de 1984-1985.

En mis ansias panamericanas, hasta un escudo y una bandera inventé: La cabeza de un pegaso blanco de frente, con las alas extendidas hacia arriba en semicírculo, sobre un fondo azul cielo.

(Viéndolo en retrospectiva, sospecho que mis ansias eran más artísticas que políticas, pero en fin.)

La lógica detrás de mi idea panamericanista era avasalladora: A nosotros, latinoamericanos, nos unen más cosas que las que nos separan. Con sólo el idioma, la religión y costumbres similares, ya podemos hablar si no de un país, sí de una nación perfectamente bien definida.

Aún hoy en día subconscientemente los latinoamericanos pensamos igual. ¿No consideramos a cualquier latinoamericano "nuestra gente"? ¿No decimos "nuestros países" para referirnos a cualquier estado al sur del río Bravo?

Por eso, a mis tiernos 16 años, yo estaba más que seguro que un día Latam (como había nombrado a mi confederación futura, siguiendo la moda de George Orwell) iba a ser una realidad, y entonces sí, ¡agárrense gringos y rusos!

Pero, ¡oh decepción!, pasaron los años y no hubo tal. Claro, en cuanta reunión "panamericana" se juntaban los presidentes para la foto y comer de gorra, siempre se hablaba, se comentaba, se discutía la posibilidad de una unión... Y quedaba en nada.

Cuál no fue mi sorpresa en 1990 cuando el presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari rescató la idea de un bloque internacional... ¡pero con los gringos!

Fue el mentado TLC, o NAFTA.

Al principio confieso que la idea me pareció horrenda. No, no podía ser, me decía. ¿Qué diablos tenemos los mexicanos en común con los gringos, como para unirnos? Salinas está mal. La unión debe ser con Brasilia, Santiago y Bogotá, no con Los Ángeles, Dallas y Chicago.

Después, ya acostumbrado a la idea me di cuenta que la intención del TLC no era cultural ni política, sino económica. Lo comprendí, pero aún así, no lo aprobé.

"Los mexicanos nunca vamos a ser tan unidos con los gringos como con 'nuestros hermanos', 'nuestra gente', 'nuestro países' latinoamericanos", me insistía.

Avanzamos el cassette unos años. Más reuniones de presidentes latinoamericanos vinieron y se fueron. Más fotos. Más promesas de unión latinoamericana.

¿Y qué pasó? Hoy en día, con el escándalo de la influenza porcina, de pronto casi todos los países latinoamericanos (¡"Nuestra Gente", "Nuestros Países", por Dios!) ven a los mexicanos como apestados.

Argentina, Uruguay, Perú, y hasta Cuba ahora rechazan recibir aviones mexicanos, por temor al "contagio". Tampoco se permite la salida de vuelos a México desde esos países.

Bueno, claro que comprendo la alarma. Cualquier gripe es peligrosa, sobre todo en países pobres, como "los nuestros". Una sola muerte es trágica. Y la prensa alarmista tampoco ayuda mucho que digamos.

Pero, ¿porqué sólo tomar medidas contra México? ¿Porqué sólo prohibir aviones mexicanos? La gripe también pegó en Estados Unidos, y no veo que ninguno de esos gobiernos "hermanos" haya prohibido aviones gringos.

(Aclaro: Yo no critico a los pueblos ni a la gente de "nuestros países", sino a sus gobiernos. A la "nuestra gente" sigo teniéndole igual aprecio y respeto, o quizá más, tras haber convivido con tantos latinoamericanos en Estados Unidos.)

Supongo que, así como no se prohíben vuelos de American Airlines ni Continental, los vuelos diarios siguen saliendo como si nada desde Buenos Aires, Montevideo y Lima rumbo a Miami, Los Angeles y Nueva York, haya o no influenza en Estados Unidos.

¿No tendrán miedo los uruguayos, argentinos y peruanos en contagiarse? ¿O son más fuertes las ganas de escaparse de "shopping" a Miami Beach que el temor de agarrar la gripe del cochino?

Claro, claro, dirán que "es que en Estados Unidos no muere tanta gente como en México". Quizá tengan razón.

El problema es que si un gringo llega infectado a un aeropuerto de Uruguay de Perú, no lo van a atender la súper avanzada ciencia médica norteamericana, sino... la ciencia médica uruguaya y peruana. (Que tendrá todos mis merecidos respetos, pero hay que aceptar que con todos sus adelantos, no es la ciencia médica gringa, con lo que el argumento queda invalidado.)

Vaya, hasta jugadores brasileños se han negado a jugar futbol en México por temor al contagio.

Cierto, China y otros países también han cerrado las puertas a vuelos mexicanos, y a los ciudadanos mexicanos los tratan como a leprosos. Pero de esos países se puede esperar todo, porque de ellos nunca esperamos nada.

Y a todo esto, ¿qué reacción tuvio Estados Unidos, quizá el principal y primer país afectado en caso de cualquier gripe o epidemia que ocurra en México?

Nada. Los gringos no cerraron la entrada ni salida a vuelos mexicanos. Al menos todavía.

Su gobierno no nos mete a los mexicanos en camiones rumbo a hospitales, ni nos trata con pincitas. Yo he ido por todos lados diciendo que soy mexicano, y los gringos no me sacan la vuelta, al contrario: Me saludan de mano, me preguntan cómo están las cosas en México, y hasta me platican los grandes recuerdos que tienen de sus pasadas visitas a mi país y cómo ansian volver pronto.

Tras todos estos años viviendo en Estados Unidos, poco a poco me he ido dando cuenta que quizás Carlos Salinas de Gortari (pese a todos sus defectos) tenía algo de razón: son cada vez más las cosas que unen a los mexicanos con los norteamericanos, además de una enorme frontera. Muchas más cosas que eran en 1985.

Estados Unidos y México comparten una historia, costumbres y ahora hasta idiomas y raza y muchas otras coincidencias, y las seguirán compartiendo en el futuro, para bien o para mal. Y esto lo entendió el presidente Obama.

Desafortunada o afortunadamente, es verdad que cada vez los gringos se parecen cada vez más a los mexicanos, que los otros latinoamericanos. Y esto a pesar de los que se oponen a ello, a ambos lados de la frontera.

Bien dicen que a los verdaderos amigos se les conoce en la cárcel y en la enfermedad. (www.cesarfernando)