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DALLAS, Texas -- Hola, Buenos días. ¿Cómo está? Me quisiera presentar como Fernando Zapata, pero tendrá que disculparme por esta vez, porque no lo soy.
Bueno, al menos oficialmente sí soy yo (y usted es usted, claro). Eso dicen nuestras actas de nacimiento, y todas nuestras identificaciones: Nuestros nombres completos.
El problema es que en la práctica, nuestros nombres salen sobrando.
Yo soy un número. Y usted también. O muchos.
Ante el gobierno, las oficinas locales, y hast a las empresas privadas, todos somos números. Para cuestiones de “control”, nuestros nombres no bastan, nos dicen. Y por lo tanto, "necesitamos" tener un número.
Y desde pequeños, nos otorgan tales números, y nos obligan a aprenderlos de memoria.
Hasta los niños de preescolar deben aprenderse sus "números" a la hora de comer en la cafetería de la escuela.
Si usted se rebela a este requisito, tendrá que sufrir no estar “dentro del sistema”. Y ya verá cómo las pasa duras tratando de comprar, vender o siquiera acceder a los servicios más básicos y sencillos de la sociedad.
Yo siempre he sido malísimo para recordar cifras. De hecho, creo que fue ésta una de las razones principales por las que no estudié una carrera de ciencias exactas: Odiaba las matemáticas y todo lo que implicara trabajar con números.
Pero la costumbre (o la obligación), me ha hecho memorizar montones de cifras y números, no por gusto, sino para sobrevivir en este mundo “moderno”.
Así, pues, he tenido que aprenderme de memoria por ejemplo, mi número de Seguro Social de Estados Unidos. Sin esta “llave mágica”, olvídelo, usted no existe.
Tanta es la importancia del “Social Security Number”, que los inmigrantes indocumentados son la prueba viviente y desgarradora de cómo se echa de menos su falta. Ese simple numerito de 9 cifras es la diferencia entre vivir tranquilo, o sentirse perseguido. Entre lograr un empleo decente, o a veces vivir al día. Entre la libertad o la deportación.
Pero esto no es exclusivo de Estados Unidos. En México, donde nací, al gobierno le encantan los números. Así nos obligaba a tener a todos los ciudadanos un Registro Federal de Causantes (algo así como el Seguro Social de Estados Unidos). Luego, se les ocurrió que no, que se iba a cambiar por un número distinto, el CURP (Código del Registro de Población, o algo así). Más tarde, salieron con que siempre no, que ahora necesitábamos OTRO número… Y así se han ido.
Además, los nuevos sistemas de computadoras nos han impuesto más números que debemos aprendernos para gozar de las bondades de la vida “moderna”. Entre ellos, “números de usuarios”, “números de tarjetas”, números de “cuentahabientes”, “números de membresía”, y cuántos no.
Mención aparte merecen las ultrafamosas y ultranecesarias “passwords” y los “PINS”. Estas son las “llaves mágicas” para hacer cualquier cosa que tenga que ver con computadoras, desde tener correo electrónico hasta jugar o checar nuestras cuentas. Sin ellas, no somos nada.
Lo bueno es que parece que tras tanto sufrir, los ingenieros ya nos hicieron caso, y las “passwords” y los “PINS” los podemos elegir nosotros. Hasta nos la ponen fácil, diciéndonos que escojamos números que tengan cierto significado para nosotros, para poder recordarlos mejor.
“Así qué fácil”, pensé sonriendo al comenzar a elegir mi primer “password”. Pero eso fue antes de leer la “letra pequeña”:
-No puede ser un número conocido, como su fecha de nacimiento, el cumpleaños de su perro ni la fecha de independencia. Claro, por su propia “seguridad” contra los “hackers”.
-No puede ser su número de seguro social, RFC, CURP, ni ningún número que remotamente tenga alguna relación con usted ni con parientes y amigos, hasta siete generaciones atrás. Igual, aguas con los “hackers”.
-No deben ser una serie de letras o números seguidos, en orden o al revés.
-De preferencia deben ser mezclas de números, de letras, carácteres especiales (%#$@) de 10 a 12 dígitos y si se puede, en sánscrito o en idioma klingon (pero en orden invertido para leerse con un espejo cóncavo).
-Ah, y se debe cambiar totalmente, cada 30 días.
Pero fuera de eso, no hay problema: usted puede usted elegir una clave "fácil" de recordar.
(Ja, ha... ¿Qué esperaba usted? ¿Que los ingenieros nos iban a dejar hacer lo que quisiéramos? )
Nuestros padres y abuelos nunca tuvieron que aprenderse tanto número. De hecho, en aquellos años, el único número que la gente se aprendía, era uno: el de su teléfono. Y eso sólo quienes tenían teléfono, que eran una minoría.
Vaya, habían domicilios y calles que ni siquiera tenían números.
Lo irónico es que hoy en día, en pleno siglo XXI con tanta tecnología desarrolada, con teléfonos que caben en la palma de la mano, se llevan a donde quiera, y que se activan hasta con la voz, existen un tipo de números que ya nadie se sabe ni se molesta en aprenderse:
"¿Mi número de teléfono? Ay qué pena, pero no me lo sé... Pero está en la memoria del teléfono".